Visitas

lunes, 30 de octubre de 2017

Una historia para una reflexión!!!
Hace más de 15 años, visitaba yo a algunas personas en la cárcel de La Dorada en Caldas.
Como vivía en Bogotá, estaba los domingos en la avenida Boyacá con 13 a la 1 de la mañana para viajar, ya fuera en bus o en esos carros expresos como los Chevolet Celebrity que podían llevar hasta 5 pasajeros más el conductor en casi la mitad del tiempo que un bus que paraba cada 15 minutos. 
Estaba llegando casi a las 5 de la mañana al parque central; mientras desayunaba y cogía el taxi que me llevaba a la cárcel que quedaba como a 15 minutos del parque, ya prácticamente me daban las 7 am cuando llegaba a hacer la fila. 
Una hilera interminable de mujeres, todas en falda, zandalias sin tacón, sin medias veladas, todas con sus portacomidas en la mano, paquetes con ropa y todas con diferentes razones de estar haciendo esa fila. Unas, con sus esposos presos, hijos, amigos, otras haciendo obras de caridad y encomiendas de familiares que estaban lejos, en fin, cada una en su tema. 
Cuando lograba llegar al registro, pasar la requisa personal y de lo que uno llevaba, ya cuando entraba eran casi las diez de la mañana. 
Teniendo en cuenta que había dos horarios de salida para la visita, uno a la 1 de la tarde y la otra a las 5, si salia en la de la 1 era muy poco tiempo para hablar con las personas a las que visitaba y darles un rato de compañía y la otra opcion que era salir a las 5 pm me significaba estar llegando mucho después de medianoche a mi casa en Bogota. 
Decidí entonces empezar a buscar la manera de entrar mas temprano y llegue a la conclusión, hablando con más mujeres, que la clave estaba en hacer fila muy temprano. 
Ahí conocí a Sandrita. Una mujer muy humilde que tenía a su esposo Luis, condenado a 35 años de cárcel por un homicidio cometido por el jefe de él. Su esposo una noche se puso a tomar alcohol con su jefe y otras dos personas. En medio de los tragos y ya avanzada la noche, hubo una discusión muy fuerte y empezó una pelea primero a golpes. El jefe sacó un cuchillo y le dio una puñalada en el corazón a uno de los hombres que estaba allí. El forcejeo y los golpes continuaron entre todos hasta que Luis por un golpe y la borrachera cayo inconsciente. Cuando despertó, estaba esposado en la patrulla de la poli, con la ropa llena de sangre. El policía le dijo que lo habían encontrado tendido en el suelo con el cuchillo en la mano.
Nunca pudo demostrar su inocencia. 
El jefe claramente tampoco asumió su responsabilidad y Sandrita quedo sola con sus dos hijitos, sosteniendo los gastos de su casa y visitando cada domingo de su vida a su esposo. 
Nos hicimos amigas y me invitó a que llegara a su casa en la noche del sábado, para poder estar a eso de las 2 de la mañana iniciando la fila y así asegurando a las 7 am la entrada. 
Llegue el sábado a eso de las 9 de la noche a la casa de Sandrita. 
Habíamos quedado en preparar el almuerzo para la visita del domingo apenas yo llegara. 
La bienvenida a su casa fue muy bonita. Los niños me abrazaron como si me conocieran de hace mucho. Era un chiquitín de 4 años y otro de 6. Muy bien educados. Su hogar muy humilde pero organizado y decorado con amor. Piso en tierra que no podía decir que brillaba pero no se veía sucio. 
De inmediato me hicieron sentar a cenar. Sandrita se disculpó muchas veces, tal vez demasiadas por lo sencillo de la comida. 
Un consomé con alas de pollo, un tris de verduras y una que otra papita. 
A mi me pareció absolutamente delicioso, pero a ella le daba pena brindarme lo que para ella era comida de pobre. 
Me dijo que era lo más que podía comprar con el poquito dinero que ganaba cuando de vez en cuando le salían aseos en las casas. Que las alas de pollo que eran lo más economico, tampoco podía comprarlas todos los días.
Termine aquel delicioso caldo y me pare a poner la olla. 
Íbamos a preparar arroz mixto, por lo que lleve los ingredientes desde Bogota: Pechuga, carne de cerdo, salchichas, algunas especias, y los demás ingredientes. 
Tenia que preparar para las 3 personas que visitaba, para mi, para Sandrita y su esposo, para sus dos hijitos y dos adicionales para llevarle a dos personas mas que no recibieran visita y así alegrarles por lo menos el día. Quien ha visitado presos, sabe perfectamente el bálsamo emocional que significa un plato de comida bien hecho y con amor para un recluso olvidado. 
Bueno volviendo a mi preparación, los ingredientes eran abundantes. Empece a echar en la olla las carnes y Sandrita y sus hijos me miraban como con los ojos desorbitados, supongo que no entendían como alguien tenia la posibilidad de gastar tan abundantemente en una sola comida. 
Eso hace la desigualdad. 
Cuando terminé de preparar e hicimos la pruebita a ver como había quedado, Sandrita me dice con mucha humildad, Diana porque no come un poco de una vez, que yo creo que con ese caldo que le di usted debió haber quedado con hambre. Le dije nooo. Si yo con el caldo quede muy satisfecha! Me miro con cara de no creerme y me dice, la comida de pobre jamas llena la barriga de rico.
La historia termina aquí, resumiéndoles que a las dos de la mañana del otro día, hicimos la fila y entramos a las 7 am en punto y de primeras. Que todos los que disfrutaron ese dia de mi receta quedaron absolutamente satisfechos y felices y que ese arroz se multiplico porque comieron muchos mas de los que estaba planificado y ademas que salí a la 1 pm para Bogota y llegue de día. Osea un exito total. 
15 años después, en un restaurante "fino", veo que se pagan $28.000 pesos colombianos por 4 alitas BBq y no puedo evitar retroceder en el tiempo y recordar a Sandrita y su inmensa vergüenza por servirme alas de pollo de cenar. 
Tampoco puedo evitar reflexionar:
Son las mismas alas de pollo verdad? Servidas diferentes, preparadas diferentes y presentadas diferentes. pero a la final después de quitar todas las arandelas, son las mismas alas de pollo de Sandrita!
La diferencia? 
Sandrita nunca les dió el valor que merecían. Siempre basó su juicio de valor en lo que los otros decían. Sandrita se quedó con la teoría de que las alitas de pollo son comida de pobre. Así las preparaba, así las comía y así no lograba disfrutarlas. Es más, lograba que un caldo tan rico, no fuera tan rico.
Hoy un dueño de un restaurante "fino" dice que sus alitas que no alcanzan a pesar media libra cuestan $28.000. Y está en todo su derecho! Cada uno le pone el valor a sus cosas. Cada uno se pone también su propio valor y es o no feliz con eso.